DefensorasGerminda Casupá, una indígena chiquitana frente al fuego

Germinda Casupá, una indígena chiquitana frente al fuego

ESTHER MAMANI

(BOLIVIA)

Los incendios que asolaron a la Chiquitania boliviana —el bosque seco más grande del mundo— dejaron animales muertos, árboles y plantas siniestradas y familias indígenas afectadas. Ante esa catástrofe, las mujeres indígenas asumieron la defensa de su hábitat.


“El fuego estaba avanzando rápido y escapamos hacia las estancias para que las llamas no nos alcanzaran. Quince días acarreamos el agua en galones, viendo morir a nuestros animales; los más bravos pasando por nuestro frente, quemados y corriendo”, dijo Germinda Casupá Parabá, indígena chiquitana. Respiró profundamente antes de continuar su relato frente a los jueces del Tribunal Internacional de la Naturaleza, en Chile.

Ese 18 de diciembre de 2019, su voz segura no escondió la tristeza que le causaba recordar que unos cinco millones de animales murieron ese año en los incendios que arrasaron con más de seis millones de hectáreas en los bosques de la Chiquitania, Chaco y Amazonía de Bolivia durante aquel año.

El Estado Plurinacional boliviano, denunciado por la Confederación Nacional de Mujeres Indígenas, respondió con silencio. Ningún representante de los ministerios de Medio Ambiente ni de la Presidencia estuvo en la sala.

La lideresa se presentó como vicepresidenta de la Organización de Mujeres Indígenas Chiquitanas (OMICH) y del fallo dependía, también, su liderazgo en las comunidades del municipio de San Ignacio de Velasco, Santa Cruz, en medio de la Chiquitania. 

Germinda Casupá en una entrevista para el medio «Muy Waso». Fotografía: Esther Mamani

Durante los siete minutos de su ponencia la lideresa tomó varias veces sorbos a su agua en el atril; la rabia e impotencia estuvieron presentes. No era para menos, los bosques, donde jugaba de niña y hábitat de centenares de familias indígenas, cambiaron su verdor por un color grisáceo y se impregnaron con olor a ceniza.

Llegar a ese momento le significó semanas de preparación con lecturas y revisión de testimonios en las que tuvo un acompañamiento de varias agrupaciones indígenas e instituciones de la sociedad civil que defienden el medio ambiente.

Las imágenes de los árboles convertidos en cenizas, de familias indígenas en la carretera, animales salvajes en lugares donde antes no se los veía y otros mamíferos heridos fueron parte de las pruebas presentadas y compiladas por el Colegio de Biólogos de Bolivia. 

Todo aquello y el relato de Germinda impactaron al jurado. Por ello, en agosto de 2020 el fallo del Tribunal de la Naturaleza calificó como autores del delito de ecocidio al expresidente Evo Morales (2006-2019), a la entonces presidenta interina, Jeanine Áñez; autoridades de las gobernaciones de Santa Cruz y de Beni; responsables de administración y control de tierras y bosques; operadores de la justicia; asambleístas nacionales y a empresarios agrondustriales y ganadero. 

El Tribubunal dio un detalle de las víctimas del ecocidio: animales salvajes como el borochi, jaguar, paraba azul, tapir, ciervo de los pantanos, londra, pecarí, yacaré, loros, capibara, sicurí, guanaco, ciervo de las pampas, manechi negro, gama y ñandú. Además, más de seis mil plantas fueron afectadas, muchas de ellas endémicas. 


CHIQUITANIA, LA PERLA BOLIVIANA

Ruta de tierra y ripio entre San Ignacio de Velasco y Santa Anita. Fotografía: Esther Mamani

Tras un año del fallo y sin que el Estado boliviano haya seguido ninguna de las recomendaciones del Tribunal, Germinda entiende que el poder blinda a los responsables con impunidad, aunque no pierde la fe de que en algún momento exista resarcimiento por los daños.

El fallo fue una victoria, pero apenas el inicio de más tareas, porque el fuego volvió a la Chiquitania en 2021 y con más fuerza. Los nuevos incendios demandan que Germinda continúe en las labores para sofocar las llamas.  

La dirigenta indígena ahora recorre las comunidades para revisar las acciones que se realizan. El monitoreo implica actualizar el número de familias por comunidad, revisar si tienen agua potable, si existen vehículos y cuentan con gasolina para posibles evacuaciones. 

Son las seis de la mañana del último viernes de julio de 2021 y Germinda tiene una actitud propositiva y dinámica que se manifiesta en este nuevo escenario. Ella es ocurrente y rápida para responder, lo que hace más llevaderas las conversaciones en temas tan duros como los focos de calor. 

La Chiquitania es el bosque seco tropical más grande del mundo y, hasta 2019, mejor conservado. La mayor parte se encuentra en Santa Cruz. Pese a los estudios realizados, apenas se conoce el veinte por ciento de su biodiversidad.

La destrucción por quemas en la biomasa vegetal repercute en la estructura del bosque y en la generación de semillas para nuevos árboles; también en los ciclos hidrológicos, pues al reducirse la cobertura del suelo se producen menos lluvias a causa de menor infiltración. 

“Hay que pasar de la preocupación a la ocupación”, dice Germinda, con firmeza antes de subirse al taxi que contratamos para visitar tres comunidades de San Ignacio de Velasco: Sañonama, Santa Anita y Espíritu.

Durante la época de chaqueo, que inicia en agosto, la expansión del fuego es la pesadilla para los comunarios. Esta práctica se realiza desde siempre para la preparación de suelos, pero desde 2019 se disparó. Las quemas son para limpiar las áreas de cultivo de los pequeños y grandes productores de soja, maíz y frijol. No obstante, los incendios descontrolados de los empresarios afectan a las comunidades pequeñas.

Estas comunidades, en 2019, pagaron multas por los focos de calor de hasta ochenta mil bolivianos. Arlena Algarañaz, la mejor amiga de Germinda, recuerda las varias horas de enfado en las oficinas de la Autoridad de Fiscalización y Control de Bosques y Tierra (ABT) para explicar a los servidores públicos que los incendios no fueron provocados por los comunarios. 

En Sañonama, estar bajo el sol a treinta y cinco grados de temperatura hace que la ropa estorbe. Pero, Germinda ya está acostumbrada a este clima. Ella es fuerte, las caminatas las hace como si se tratase de un paseo. Su agilidad atlética se la debe gracias a que fue jugadora de fútbol, básquet y voleibol durante su adolescencia. 

Si bien la vestimenta tradicional de las indígenas chiquitanas es el tipoy —un vestido de algodón que cubre hasta los tobillos— Germinda, como la mayoría de sus compañeras, reserva esa prenda para actividades festivas. Normalmente viste un pantalón jean, camisa de tela, zapatillas deportivas, que combinan con su largo cabello recogido en un moño.

Aulas de una escuela en la comunidad de Santa Anita. Fotografía: Esther Mamani

Ella trabaja en el poblado de San Ignacio —capital del municipio—, que se mantiene de la ganadería y se despide del turismo por tantos incendios que año tras año le roban su foresta. Tiene un puesto en el mercado principal donde vende ubre, morcilla y todo lo que se pueda rescatar de la carne de res. 

“Era una de las participantes más activas en los talleres de empoderamiento de la mujer que hacíamos con la Defensoría del Pueblo y la Plataforma de Atención Integral a la Familia”, rememora Arlena.  

Pasado el mediodía, llegan varios niños y niñas para revolotear como mariposas alrededor de nosotras. Estamos muy cerca de la única escuela de Sañomama. Acá las mujeres se ocupan del almuerzo y los hombres participan en una reunión.

Los habitantes de esta comunidad cuidan sus bosques, pero el fuego de las estancias ganaderas ingresa de todos modos. Este lugar está acorralado por fincas donde empresarios bolivianos y brasileños provocan quemas descontroladas.


UNA LUCHA QUE EMPEZÓ EN CASA

Es hora de ir a otra comunidad. Los caciques que durante todo el día estuvieron sentados y discutiendo fueron la instancia a la que informamos de nuestras actividades antes de ingresar a las comunidades. Existen avances en el liderazgo de las indígenas, pero aún el camino es largo y tedioso. 

Rumbo a Santa Anita noto los dientes bien perfilados de Germinda, tras verla sonreír. Su sentido del humor es un alivio en medio del trajín. Tras dos horas en carretera ripiada y con mucho polvo dentro del taxi, llegamos a nuestro segundo destino.

Germinda saluda a la dirigencia en la nueva comunidad y aprovecha  para ver los planes de trabajo ahora que las quemas iniciaron

La dirigenta es una buena administradora aún con los pocos recursos que tiene la Organización de Mujeres Chiquitanas. Hace peripecias para que el dinero alcance y cubra, al menos, gastos en gasolina y así movilizarse entre comunidades. Esa habilidad se la debe a su primer trabajo cuando aún era adolescente. Este fue en una finca donde se encargaba de los pagos de servicios básicos y control del personal.

Debido a que sus padres la retiraron del colegio a los quince años para que su hermano mayor fuera a la Universidad, dos años después ella no solo trabajaba y cuidaba de sus hijos, sino que también iba a la escuela nocturna para concluir su bachillerato. Continuar con su educación era vital porque tenía claro algo: no iba a vivir lo que pasó su madre. 

A sus ocho años, mis abuelos la vendieron a una familia rica para que ayude en la casa y ya nunca más volvió a la escuela”, cuenta sobre esa práctica conocida como patronaje, que consiste en ubicar a familias con mejores recursos económicos para el cuidado de las y los niños. 

Pobladores de Santa Anita. Fotografía: Esther Mamani

Su esposo, con quien se casó alrededor de los 16 años, no estaba de acuerdo con que ella estudie y trabaje a la vez. Además, la celaba constantemente cuando salía y durante muchos años la golpeaba e insultaba. 

Pero el fin de la pesadilla llegó cuando él le dijo que “ahorre dinero para comprar su cajón”. Así es que 2015 fue un año de cambios. No solo se separó, sino que también ingresó a la dirigencia. 

Alejada de esa pareja, Germinda vio un camino llano para continuar con su formación asistiendo a talleres y ocupando cargos donde demostraba su carácter fuerte, conciliador y de responsabilidad. 

Las críticas no le faltan. Al ingreso de la comunidad nos detenemos cerca de la iglesia en construcción. Allí, uno de los líderes de la comunidad me aparta para decir que desconocen como autoridad a Germinda y la tilda de oenegera. Una forma de decir que se alía con Organizaciones No Gubernamentales.

—¿No trabajó o lo ha hecho mal?, —le consulto. 

—¿Por qué una mujer tiene que estar yendo a todo lado, quién la ha designado? —me responde, sin contestar mi pregunta. 

Ciertamente no fueron los caciques quienes la seleccionaron para representarlos en Chile. La elección de Germinda tuvo más apoyo de las mujeres indígenas. 

Además de luchar contra el fuego, Germinda madre de tres hijoshace frente a la violencia contra la mujer, por eso creó en 2018 la Liga de Defensoras Comunitarias. Esta instancia alerta ante situaciones de violencia que afecta a muchas comunarias del municipio.

“Germinda siempre está atenta a ayudar  a las compañeras y si sabemos de un caso de violencia, reportamos”, resalta Elena Guasese, mujer indígena.

Usualmente los reportes que recibe la Liga son por abandono, pues los padres de familia desaparecen hasta por cuatro meses. En algunos casos estos hombres van a trabajar a las haciendas, donde ganan ochenta o cien bolivianos por día en los cultivos o cosechas. 

Ya en la casa de María Fátima Putaré, excacique, y mientras comemos la famosa almendra chiquitana, nuestra guía dará una pausa a las sonrisas. Al enterarse que destituyeron a uno de los caciques porque no organizó la fiesta patronal, su rostro cambia y su voz se eleva. 

Por eso, la lideresa convoca a reunión y llama la atención a quienes priorizaron un evento social y no tomaron en cuenta todas las tareas de Rúben Dorado, excacique, sin más lo destituyeron. Es domingo antes de las siete de la mañana y las personas que están despiertas demuestran respeto a esa decisión. “Se tienen que obedecer los estatutos (sobre la gestión de las autoridades)”, sentencia.

En esta comunidad no todas las casas tienen agua potable, la bomba eléctrica no está funcionando como cuando la entregaron. Las sequías afectan las actividades básicas de las familias, del cuidado de sus animales y de su producción. 

Cerca al mediodía una de las familias nos invita patasca. Esta delicia tiene carne de res, cerdo y mote en un caldo con ají. Mientras comemos, las y los comunarios de este lugar recuerdan lo difícil que fue proveerse de agua durante los incendios para preparar sus alimentos debido a la ceniza. También hubo enfermedades como garganta irritada, conjuntivitis y diarreas en el caso de los niños. 

La preocupación de las familias chiquitanas de resguardar su bosque no solo está relacionada a la riqueza de su biodiversidad, sino a la preservación de su cultura, representada, principalmente, por su  lengua chiquitana.


LA LUCHA CONTRA EL FUEGO NO CESA

Señalética en el camino a la comunidad de Espíritu en San Ignacio de Velasco. Fotografía: Esther Mamani

Rumbo a la comunidad de Espíritu, al día siguiente, Germinda hace un par de llamadas a algunos bomberos. Los incendios se reactivaron en Candelaria, San Matías y Roboré. El olor a quemado vuelve a causar terror. En Espíritu está una de las iglesias más grandes de la Chiquitania, allí rezan antes de la salida del sol para pedir que el fuego no les alcance. 

Además de los incendios otra cosa preocupa a Germinda, quien acelera su paso. Su hijo menor tiene, probablemente, una infección estomacal. “Llevarlo al hospital es para perder el tiempo, hay que resolver en la casa porque no hay camas, no hay especialistas y sólo haces trajinar al enfermo”, afirma. 

Otra de sus familiares ayudará en esa atención médica, aún así noto inquietud en la lideresa chiquitana. Las tareas empiezan a acumularse. “A veces pienso en retirarme de todo esto. Cada año es más difícil lidiar con el fuego”, comenta. 

En Espíritu, Germinda tenía pactadas reuniones con las mujeres para hablar de agua potable, educación y salud, pero ahora la propagación de los focos de calor ocupa sus conversaciones.

Tras la última reunión se toca la frente, arregla su gorro y da por terminada la visita a las comunidades. Sonríe para decirme que fue muy lindo exponer ante el Tribunal Internacional de la Naturaleza, pero que aquí en los bosques no hay fallo que apague las llamas. 


Este reportaje fue publicado originalmente en Muy Waso el 3 de septiembre de 2021, como parte del proyecto “Defensoras del territorio” de Climate Tracker y FES Transformación.


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