La defensora de las mujeres frente al fracking
En la región del Totonacapan, México, una mujer ha alzado la voz en nombre de sus compañeras para detener una actividad extractiva que el gobierno insiste en negar.
Fotografía cortesía de Alejandra Jiménez
En México el fracking era algo relativamente desconocido antes de la llamada Reforma Energética, que entró en vigor el 21 de diciembre de 2013 durante el gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-2018). A partir de entonces la fractura hidráulica se introdujo al país de manera legal, pero la organización CartoCrítica ha documentado su presencia al menos desde 1996.
Se calcula, además, que uno de cada cuatro pozos petroleros en México pasa por fractura hidráulica en algún momento de su ciclo productivo. Y aunque sus efectos específicamente en mujeres mexicanas no han sido estudiados, Alejandra Jiménez ha denunciado que la experiencia de otras naciones muestra claramente impactos diferenciados por razones de género.
“Yo diría que todas las industrias extractivas afectan de forma diferente a hombres y a mujeres, y el caso del fracking no es la excepción. En territorio pude ver que ellas, al permanecer en casa desarrollando las actividades de cuidados, tienen que lidiar con los problemas que provoca de acceso al agua, por ejemplo”, señala Alejandra.
Gracias al trabajo de esta defensora, así como de organizaciones civiles y colectivos, el fracking en México no se ha extendido con la misma fuerza que en otros países. Sin embargo, su expansión es un tumor latente, pese a que el mandatario Andrés Manuel López Obrador (AMLO) aseguró que en su gobierno el fracking estaría prohibido.
“Vamos a sacar el petróleo, pero sin fracking, sin afectar el medio ambiente, sin afectar los mantos acuíferos”, dijo en octubre de 2018 cuando ya era presidente electo. Un par de meses después, estas palabras se convirtirton en el compromiso 75 de los 100 que AMLO pronunció al tomar el poder. Para diciembre de 2019, la promesa aparecía en la lista como cumplida.
No obstante, la Alianza Mexicana contra el Fracking -formada en 2013 y de la cual Alejandra Jiménez es integrante- calculó que en 2019 se asignaron a dicha práctica casi 6,700 millones de pesos, probablemente para proyectos heredados de la administración pasada. En 2020 el presupuesto que recibió el fracking en México superó los 10 mil millones de pesos y en lo que va del 2021 ya asciende a más de 4 mil millones de pesos.
“Claro que en el Totonacapan existe fracking. Se está haciendo con todo el andamiaje legal que dejó la administración de Peña Nieto, pero con la diferencia de que el actual gobierno lo niega reiteradamente y de manera descarada, eso es muy desafortunado, triste y da mucho coraje”, declara Alejandra.
Flor de Asfalto
Alejandra Jiménez dice de sí misma que, más que una defensora del territorio o del ambiente, es una defensora de la vida. Entre risas también se autodefine como una “flor de asfalto”, alguien que nació y creció en la ciudad pero que siempre tuvo afinidad por el campo.
Su hermana Mónica Jiménez, 10 años mayor, reconoce el carácter firme de Alejandra desde pequeña. “Recuerdo que el primer día que fue a la escuela primaria, al verla con su uniforme y su mochila en la mano era como ver a una ‘adultita’, quizá por sus comentarios asertivos, sus pensamientos y su forma de hablar más maduros de lo que correspondía a una niña de su edad”.
Antes de ingresar a la universidad, donde estudió antropología y ciencias políticas, Alejandra comenzó a hacer trabajo comunitario en la Sierra Norte de Veracruz, donde eventualmente se quedó a residir durante varios años, en la comunidad de Huayacocotla. “Desde muy joven lo que ella quería era ayudar a las personas, hacer algo altruista por los demás”, añade Mónica.
En Huayacocotla Alejandra laboró dando clases de licenciatura y se involucró en el tema de derechos humanos y feminismo. Al respecto, su hermana destaca que “yo creo que lo sacó de mi papá, el respeto a la naturaleza y el amor hacia los otros; pero la conciencia del cuidado viene de mi mamá, el reciclar, reutilizar, conservar el agua, mi mamá nos lo inculcó no tanto por compromiso ecológico de ella, sino por un asunto de economía familiar”.
Fue en 2010 cuando la vida de Alejandra tomó un nuevo rumbo, el que la llevaría a convertirse en defensora ambiental y del territorio. “Ese año llegaron aquí, al Totonacapan, ella, su pareja y sus hijos; el mayor apenas empezaba a caminar y el menor estaba chiquitito, de brazos”, cuenta Fermina Pérez Atzin, campesina, empresaria y líder activista de la comunidad de El Remolino, en Veracruz.
Alejandra Jiménez, una voz poderosa que ha denunciado los efectos diferenciados del fracking en las mujeres.
Alejandra y su familia se instalaron en El Chote, perteneciente al municipio de Papantla, donde medios de comunicación han informado de la presencia de unos 3,220 pozos petroleros. “Llegué sin muchas expectativas profesionales, prácticamente como ‘ama de casa’”, reconoce. Sin embargo, muy pronto los habitantes de distintas comunidades empezaron a solicitar su apoyo en temas de negociación y mediación del conflicto.
“Fue un impacto muy grande para mí. Venir de la montaña, de una comunidad tan pequeñita como Huayacocotla, y llegar a un territorio que no era para nada como lo recordaba”, admite Alejandra.
Siendo niña y luego estudiante universitaria, en varias ocasiones ella había visitado la región del Totonacapan, concretamente Papantla, que en su mente veía como un lugar “bonito” y tranquilo. Esta imagen cambió cuando se percató de la existencia de un fenómeno que ni siquiera imaginaba.
La gente le comentaba a Alejandra que, en el pasado, Petróleos Mexicanos (PEMEX) , la empresa paraestatal fundada en 1938 y responsable de la cadena productiva de hidrocarburos en México- solía indemnizar a las comunidades por los daños ambientales y sociales de la actividad extractiva.
“Pero de repente PEMEX alteró su forma de operar; ya no informaba a los pobladores sobre sus acciones; dejó de responder a las quejas de los pobladores debido a las detonaciones, y ya no indemnizaba a las comunidades por las fugas o los derrames”, narra Alejandra.
Nancy Julyeth Martínez, amiga de Alejandra y originaria del pueblo Oriente Medio Día, sostiene que “prácticamente todo el Totonacapan se ha perforado, no sólo por PEMEX, sino también por empresas del extranjero”.
Esto ha terminado por colmar a las comunidades. “Ya no queremos que la contaminación sea parte del día a día en la región, que los derrames vayan matando toda la vida en los arroyos, que nuestras tierras sean expropiadas ni que los niños no puedan dormir por miedo a que exploten las instalaciones petroleras”, destaca Nancy.
Alejandra Jiménez escuchó este clamor y, pese a no haber nacido ni crecido ahí, se unió a la defensa del Totonacapan hasta llegar a jugar un papel esencial. Para ella este ya era también su territorio.
Enemigo Silencioso
No tenía mucho tiempo de haber llegado a Papantla cuando a Alejandra la invitaron a participar en un proyecto de rescate de la milpa. Según la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, la milpa “es un sistema agrícola tradicional conformado por un policultivo. Su especie principal es el maíz, acompañada de diversas especies de frijol, calabazas, chiles, tomates, y muchas otras dependiendo de la región”.
Alejandra notó cuánto se había perdido el conocimiento sobre la milpa en el Totonacapan y cómo fue sustituido por monocultivos y el amplio uso de agroquímicos. Pero lo que más la sorprendió fue que los campesinos le pidieran comprar “toneladas y toneladas de tierra”.
– ¿Pero para qué necesitamos comprar tierra, si la tierra está aquí? –les preguntó.
–Es que esta tierra no sirve –respondieron los campesinos–. Esta tierra está contaminada.
“Se referían a los derrames”, concluye Alejandra.
De acuerdo con la organización Oil Spill Prevention and Response, el petróleo derramado en el suelo evita que este absorba el agua y asfixia la vida vegetal. Pero el problema no termina ahí, pues los hidrocarburos pueden filtrarse y llegar al agua subterránea o ser arrastrados hasta los ríos y arroyos.
Para la doctora Victoria Chenaut, científica del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), “es indudable que desde sus comienzos la explotación petrolera en la zona causó contaminación del medio ambiente por derrames de hidrocarburos y quema de gas, entre otras circunstancias, afectando los cultivos y la salud de los habitantes”.
Tan solo en el municipio de Papantla esto sucede desde la década de los cincuenta, momento en el que PEMEX comenzó a trabajar ahí de manera intensa. Posteriormente se le unieron compañías extranjeras, sobre todo a partir de 2007, cuando una decaída en la producción petrolera de la región abrió el camino a las empresas privadas.
En una de sus publicaciones académicas, Victoria Chenaut relata que visitó una parcela de tierra ejidal “donde ocurrió un derrame de miles de litros de petróleo que estuvo manando alrededor de un mes, hasta que personal de PEMEX se llevó toda la tierra que se consideraba inutilizable, prometiendo al ejidatario regresarle tierra de buena calidad, que hasta ese momento no había recibido”.
Atestiguar dicha situación llevó a Alejandra a vincularse con otros activistas para fortalecer la defensa del territorio en el Totonacapan. Sin embargo, los embates que antaño conocían por parte de las empresas petroleras estaban muy lejos de ser la única amenaza.
Fracking con rostro de mujer
“Nosotras pensamos que en todas las luchas de defensa del territorio siempre hay mujeres cuyo trabajo es invisibilizado”, dice Nancy Julyeth Martínez, quien también es parte de CORASON.
Por su lado, Fermina Pérez Atzin afirma que “en nuestras comunidades es bastante difícil que como mujeres seamos reconocidas, valoradas, respetadas, cuando en realidad somos las mujeres las que cuidamos el hogar, los hijos, el sustento familiar; somos las mujeres las que limpiamos los arroyos y cuidamos los pozos”.
Al preguntarle a Alejandra cómo fue que se dio cuenta de que el fracking afectaba de forma diferenciada a sus compañeras, responde: “ellas tienen un postura más crítica, no suelen estar coludidas con las empresas petroleras porque ni siquiera les dan empleo; la industria de los hidrocarburos es eminentemente masculina y obliga a las mujeres a permanecer en casa cumpliendo con roles y estereotipos de género”.
En este sentido, un estudio realizado en Estados Unidos por el National Bureau of Economic Research mostró que el fracking ofrecía alrededor de 43 trabajos masculinos por cada 1,000 hombres, mientras que solo daba 6 trabajos femeninos por cada 1,000 mujeres.
Otra investigación, elaborada por la Clemson University en Carolina del Sur, Estados Unidos, descubrió que la mayoría de esos empleos no requieren especialización, por lo que el fracking está relacionado con una mayor deserción escolar y ofrece oportunidades casi nulas para las mujeres altamente capacitadas.
Esta desigualdad laboral por razones de género, además, suele desencadenar procesos migratorios masculinos a tal grado que en los sitios de fracking llega a haber unos 10 hombres por cada mujer. Y, a la larga, dicha dinámica poblacional puede disparar el aumento de la prostitución en las mujeres, fenómeno ampliamente documentado por científicos sociales y periodistas.
Al respecto, Alejandra Jiménez cuenta que “El Chote es un crucero, hay una carretera que va hacia Poza Rica y otra a Papantla, y justo ahí hay muchos restaurantes y bares donde se concentran los hombres que trabajan para las compañías petroleras, y es muy duro ver que ellos les piden favores sexuales a las jovencitas a cambio de recargas de 50 o 100 pesos para sus celulares de prepago”.
Esto es una constante en el Totonacapan. “Mientras los hombres se van a trabajar a las empresas como obreros, las mujeres no tienen otra opción de empleo remunerado más que servir como meseras, en el mejor de los casos, o en el peor dedicarse al trabajo sexual”, agrega Alejandra.
Gasoducto en el Totonacapan. Foto cortesía de Alejandra Jiménez.
Otro impacto diferenciado del fracking sobre las mujeres, que a menudo pasa inadvertido, tiene que ver con la salud mental. “Las mujeres son las que pasan más tiempo en las comunidades”, dice Alejandra, “tienen que lidiar con el ruido ensordecedor de los quemadores de gas de PEMEX, por ejemplo, viven con el miedo continuo de tener que huir y perder sus tierras o incluso morir en un desastre provocado por las empresas petroleras”.
Hoy en día existe evidencia de lo que menciona Alejandra. Es el caso del trabajo de Stephani Malin, científica social de la Universidad Estatal de Colorado. Sus investigaciones han demostrado que “vivir cerca de los sitios de fracking puede provocar estrés crónico y depresión”, consecuencia que se presenta especialmente en mujeres embarazadas, de acuerdo con un estudio dirigido por la Universidad de Columbia.
Asimismo, Alejandra ha atestiguado cómo en esas circunstancias se manifiestan diversos riesgos a la salud física. “Ubico a muchísimas mujeres que vivían cerca de los pozos y desarrollaron cáncer, también a mujeres jóvenes que tuvieron partos prematuros; pero es muy difícil asociar esos problemas con el fracking, ya que se necesitan investigaciones serias y la participación de varios actores”.
A juzgar por Alejandra, ni la academia ni las autoridades sanitarias mexicanas han mostrado interés en analizar la relación entre la industria de hidrocarburos y la incidencia de ciertas enfermedades en regiones como el Totonacapan, algo que sí se ha hecho en Estados Unidos. Experimentos en ratones publicados en 2018, por ejemplo, indican que la contaminación por fracking podría elevar el riesgo de cáncer de mama en las mujeres, ya que incluso a bajas concentraciones se observó un desarrollo anormal del tejido mamario.
Y es que, de acuerdo con una publicación de 2016 en la revista Nature, el fracking puede liberar al ambiente hasta 1,021 sustancias. De estas, 103 tienen reportes de daños a la reproducción, 95 son tóxicas durante el desarrollo embrionario y 41 representan ambos peligros.
En consecuencia, estudios han identificado que la cercanía a los sitios de fracking puede representar para las mujeres embarazadas 50% más probabilidades de sufrir un parto prematuro debido a la contaminación del aire. Este tipo de nacimientos constituyen la primera causa de muerte infantil a nivel mundial.
Por otro lado, un análisis de más de 1 millón de nacimientos antes y después de que se instalara el fracking en Pensilvania, Estados Unidos, descubrió que cuando las mamás viven a menos de 3 kilómetros de los sitios de fractura hidráulica es más probable que los bebés presenten indicadores de mala salud, como bajo peso al nacer.
Contaminación del agua por hidrocarburos en el Totonacapan. Foto cortesía de Alejandra Jiménez.
Ajejandra Jiménez asegura que, aun cuando la propia salud de determinada mujer no se vea directamente afectada, el fracking siempre termina impactando su calidad de vida. “Porque son ellas las que cuidan a quienes se enferman por el fracking”, dice.
Más de una década de investigaciones, sobre todo en Estados Unidos, demuestran que el fracking merma la salud de las personas independientemente de su género o edad. A esta práctica están asociados problemas respiratorios, migrañas, fatiga, afecciones en la piel náuseas, sinusitis y otros padecimientos.
Por ello no es de extrañar que en el Totonacapan las mujeres compartan con Alejandra testimonios como “a mis hijos les empezaron a salir ronchas en la piel y tuve que pasar más tiempo lavando la ropa” o “se enfermaron los niños y los hombres, entonces tuvimos que cuidarlos, tuvimos que ir por agua más lejos porque la de aquí no servía, y nos tardamos más en cocinar, en lavar, en limpiar la casa, y eso nos impidió atender otros asuntos”.
Alejandra ha sido el rostro de estas historias en foros como el Tribunal Permanente de los Pueblos, un referente internacional de la defensa de los derechos humanos. Asimismo, se ha presentado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y colaboró con el grupo impulsor del Acuerdo Regional sobre el Acceso a la Información, la Participación Pública y el Acceso a la Justicia en Asuntos Ambientales en América Latina y el Caribe, conocido como Acuerdo de Escazú.
Antes de su ratificación en México, Alejandra fue una de las voces que más insistió en que dicho documento era una necesidad para las mujeres, ya que “la violencia hacia ellas, quienes suelen encabezar los frentes en la defensa del territorio y desde la participación pública, es muy similar a la violencia que se ejerce hacia el medio ambiente”. En el país, el Acuerdo de Escazú entró en vigor el 22 de abril de 2021.
El mensaje de Alejandra Jiménez en este tipo de espacios ha sido contundente: “defendemos el territorio y todo lo que ahí reside, las plantas, los animales, los sistemas alimentarios y lo que da vida y lugar a las personas”.
El Porvenir
“Es imposible no sentir nada cuando sabes que tus antepasados dieron la vida para asegurarte una parcela, y que después vengan personas ajenas que lo rompen todo para sacar petróleo, es algo que te revuelve dolores”, dice Fermina Pérez Atzin, “pero Alejandra nos ha ayudado a interpretar esto que vivimos, a actuar y a llevar palabra; nos ha acompañado incluso en las situaciones más arriesgadas, y gracias a ella nuestra lucha ha ganado un lugar en el espacio público”.
Desde la Alianza Mexicana contra el Fracking, Claudia Campero coincide con las palabras de Fermina y agrega que “en este país la investigación sobre fracking es tan escasa e insuficiente que el trabajo de personas como Alejandra es indispensable para generar información, la cual después es citada por organizaciones ambientalistas o incluso por la academia”.
Alejandra recibe este tipo de comentarios con humildad, y modestamente responde que “de entrada yo no puedo disociar lo que hago de un grupo de personas, porque la defensa es un quehacer colectivo”.
Trabajo con comunidades del Totonacapan
Sin embargo, su liderazgo es indudable y así lo describe Nancy Julyeth Martínez: “Alejandra es consejera, guerrera y amiga; una no tarda en darse cuenta de que esa mujer es primordial, que se entrega por completo a su trabajo, y que detrás de muchos logros está el trabajo de ella”.
Pero aún hay pendientes en la defensa del Totonacapan frente al fracking. Uno de ellos es promulgar una ley que lo prohiba, no solo en ese territorio sino en todo el país. Al respecto, se han presentado al menos ocho iniciativas que no han progresado en el Congreso.
Para Alejandra Jiménez la tarea más importante es revertir la cultura del petróleo, que los habitantes de los territorios ya no se identifiquen con su extracción y que exista una conciencia de los daños que provoca esta industria.
“Yo creo que todos deberíamos estar involucrados en la defensa del territorio; deberíamos pensar no nada más en las emisiones de carbono o la contaminación de los ríos y los mantos acuíferos, sino en que todos esos problemas llevan vidas de por medio”, concluye
Este reportaje fue publicado originalmente en Planeteando el 28 de septiembre de 2021, como parte del proyecto “Defensoras del territorio” de Climate Tracker y FES Transformación.
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